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Residente: “Todo el trabajo que yo he hecho y que sigo haciendo lo hago con una pasión tan fuerte que se ve ahora, y el que no lo ve ahora, pues lo verá en algún momento, porque la historia se encargará de ello"

La única constante en la carrera musical de René Pérez Joglar, aka Residente, es la reinvención. Y en eso justo está ahora, en un nuevo viaje musical que le ha de llevar a escribir un disco absolutamente personal, liberado de todos los condicionantes de la industria, y en una película sobre el Puerto Rico de 1898 que será su estreno como director de cine. A medio camino entre su anterior singladura y estos proyectos de futuro se encuentra su nuevo trabajo, Las letras ya no importan, que sale a la venta el 22 de febrero y que cuenta con la colaboración estelar de Penélope Cruz —la oscarizada intérprete madrileña actúa en el videoclip de la canción 313—. Residente abre un nuevo capítulo. Y promete ser tan interesante o más que los que le han precedido.
Residente
Residente lanza nuevo trabajo discográfico, 'Las letras ya no importan', el próximo 22 de febrero.

CAPÍTULO I: Quiero llamar al 7550822

Esta historia comienza de una manera sorprendente. Sorprendente al menos para los fans de nuevo cuño que se hayan enganchado al último Residente de las feroces tiraeras, al rapero despiadado que no deja títere con cabeza cada vez que pasa revista al género urbano con su afilado lápiz y su lírica de corte poético. Esta historia comienza con un René roto sobre una butaca en medio de un paisaje tan implacablemente blanco como el de sus últimos videoclips, descompuesto, incapaz de articular palabra, conteniendo a duras penas las lágrimas, hasta el punto de pedir una pausa de unos minutos durante el rodaje de nuestro vídeo Nueve barras. Pero ya llegaremos ahí, a ese comienzo, porque a veces hay que empezar por el final para encontrarle sentido al principio.

Y el final de esta historia es un final que todavía no está escrito, que sólo está en la cabeza de René, o ni siquiera ahí. El final es una obra de arte infinita apenas esbozada todavía en el limbo de las ideas, un disco desprovisto de ataduras, liberado de cualquier intención comercial, que no buscará la aprobación de los fans ni de la industria, que será tan sólo el testamento artístico de un músico de un talento poco común y una honestidad innegociable. Pero ya llegaremos ahí también, porque antes del apoteósico final siempre hay un acto de transición, que nos prepara para lo que ha de venir y sitúa al héroe al borde del abismo, a punto de saltar. Y ese entreacto, en el caso de Residente, adopta la forma de un nuevo disco, este sí material y tangible, que saldrá a la venta el próximo 22 de febrero en todo el mundo y se titula Las letras ya no importan.

Davit Ruiz

Si decimos que Las letras ya no importan es un acto de transición, o un trabajo discográfico que marca unos puntos suspensivos en la larga carrera de Residente, no es porque queramos hacerlo de menos, sino porque él mismo nos lo presenta así: el coletazo de inspiración que precederá al definitivo gran golpe de genio. “Este disco es como una transición y quizás se nota, como que hay unos temas ahí que yo no hubiese sacado, pero que están ahí, están hechos y me gustan también, pero no forman parte de la etapa en la que estoy ahora”, nos dice. “Y no dejan de ser parte de mí, porque el pasado es parte de uno, pero lo que venga después de este disco, que va a venir algo, creo que va a ser bien distinto”.

Este febrero Residente cumplirá 46 años. Cualquiera que haya llegado a esa edad —y el que escribe estas líneas puede acreditarlo, pues, con suerte, la alcanzará justo 16 días antes que René— sabe que es un momento vital en el que empiezas a pensar en tu legado, y en el que inevitablemente surge el impulso de embarcarse en proyectos personales que trasciendan las habituales imposiciones e hipotecas de la industria para la que trabajas. Pero que nadie se engañe: Las letras ya no importan está lejos de ser una obra menor, o la obra menor de un artista sobresaliente. Y, aunque así fuera, René en su peor día es capaz de llegar a cimas que la mayoría de los artistas ni siquiera sueña alcanzar. Y René no suele tener muchos días malos.

Lo que diferencia este disco de ese próximo álbum liberado y liberador es que, de algún modo, algunas de las canciones que contiene sólo tienen sentido en la actual ventana creativa de René si se miran por el espejo retrovisor. Son temas que remiten al Residente que ya conocemos, que despiertan una cierta sensación de familiaridad. Por increíble que parezca, el lenguaraz y libérrimo artista puertorriqueño, que nunca ha callado frente a la injusticia ni se ha postrado ante los poderosos, que siempre ha hecho y dicho lo que le ha dado la gana sin importarle el precio a pagar, todavía percibía que su arte estaba encadenado a una suerte de lastre emocional del que, llegado a la madurez, consideraba necesario emanciparse: la conexión con su público. Por más que le hubiera costado establecerla primero como Calle 13... y recuperarla muchos años después en su andadura en solitario.

En 2017, cuando Residente lanzó su álbum homónimo, primer LP tras dejar atrás la agrupación que fundó en 2005 con su hermana Ileana Cabra Joglar y su hermanastro Eduardo Cabra Martínez, consideró que era uno de esos grandes discos que definen el punto álgido de una carrera. Sin embargo, la recepción del trabajo fue mucho más tibia de lo que esperaba. “Sentí que estaba haciendo el mejor disco de mi vida. Y lo hice con esa energía. De hecho hay temas ahí que me encantan, que son mis favoritos, como La sombra”, dice René.

“Fue un disco bien difícil de hacer, porque tuve que estar viajando y yendo a muchos lugares, algunos súper bonitos, otros peligrosos”. Dicho de otro modo, puso toda su alma en esa aventura holísitica para que fuera el glorioso comienzo y la consagración de su rebautizado proyecto musical. Pero por algún motivo “no se entendió, no lo vieron, pasó como desapercibido”. “Me dije: ‘quizás tengo que conectar más con las nuevas generaciones’, porque tal vez me estaba desconectando. Sentí esa presión. Y justo ahí empieza la era de las tiraeras”.

Para quien no esté al corriente de la jerga del hip hop latino, una tiraera es un beef, una suerte de pelea lírica, un tema en el que un rapero trata de destruir la reputación de otro a través de ingeniosas barras y demoledores punchlines. René vio la ocasión de subirse de nuevo a ese simbólico ring cuando el puertorriqueño Tempo le tiró por unas declaraciones en las que había criticado la actualidad del reguetón —género en el que él mismo militó en sus inicios en Calle 13, como el surfista que aprovecha el empuje del mar para subirse a lo más alto de la ola, y que luego repudió—. El combate duró dos rounds, el segundo de los cuales, La cátedra, batió el récord Guinness de palabras en una canción: nada menos que 1.900. Un año después, se midió al venezolano NK Profeta. Y, en marzo de 2022, llegó la celebérrima Sesión nº 49 de Bizarrap, la madre de todas las tiraeras, en la que se despachó durante 8 minutos y 39 segundos con J Balvin.

“Yo rapeo también, pero siempre he sentido que estoy en otro lugar. Y me fui allí por cinco o seis años”, asegura de aquella etapa. “Sí, hice temas como René, hice temas como This is not America, que tienen esa fuerza, pero también hice temas como Sexo, que son más pendejos. Estaba buscando hacer cosas distintas, con ganas de reconectar”, confiesa René. “Hice también lo del ‘Biza’ con esa idea. Creo que reconecté con otra generación. Pero ahora siento como que no me importa si conecto o no”.

Davit Ruiz

Que no se nos entienda mal. No es que Residente se haya olvidado de su público, o que le dé igual que sus rimas consonantes resuenen más allá de las paredes del estudio de grabación. “Lo tengo en la cabeza”, dice, “porque a veces le bajo y pienso: ‘no, esto quizás es demasiado, no lo van a entender”. Es sólo que no está dispuesto a que el juicio de la audiencia, o el dictamen de los números de Youtube o Spotify, marquen el rumbo de su lápiz sobre el papel. “Ahora no me importa que la gente piense que estoy, qué sé yo, en un egotrip, o que me creo cualquier cosa. A eso me refiero con liberarme. A no pensar en nadie cuando compongo”.

Residente quiere hacer el disco más bello del mundo. Y si te gusta, bien. Y si no te gusta, bien también. Nada de lo que opines le hará cambiar de opinión. Ahora que ha logrado el respeto de crítica y público, que se lleva bien con los directivos de su discográfica y que su hijo Milo tiene el pan garantizado, ahora que ha aprobado con sobresaliente todos los test que la vida le pone por delante al hombre y al artista, ha decidido que ha llegado el momento de pensar en sí mismo, de recordar a ese niño que soñaba con jugar al béisbol primero y con hacer música después, y complacer sus anhelos y caprichos. Ha llegado el momento de llamar al 7550822 para ver quién contesta. Porque, de lo contrario, podría encontrarse un día en su lecho de muerte como ese ciudadano Kane que, ahogado por el peso del poder, la fama y la riqueza, y en el trance de exhalar su último suspiro, comprendió con tristeza que la única palabra que le venía a la cabeza impugnaba trágicamente su entera existencia: Rosebud. Pero ya llegaremos ahí.


CAPÍTULO II: Eructando tortilla y las tostadas con mantequilla

René le da al play en el reproductor de su MacBook Pro y huye a su dormitorio, dejándome a solas en el coqueto saloncito de su suite del Hotel Mandarin Oriental Ritz —más tarde me reconocerá que no le gusta escuchar sus propias canciones una vez terminadas, y que sólo de cuando en cuando y mucho tiempo después las revisita y se sorprende de sus hallazgos—. Es un martes de primeros de diciembre y el aledaño Parque del Retiro está lleno de turistas y de ociosos capitalinos que disfrutan de uno de esos típicos días soleados del otoño madrileño.

Ajenos al trajín de la calle, que se filtra por el amplio ventanal con vistas a la plaza de La Lealtad, en la habitación suenan los primeros compases de 313, el single que abre el disco Las letras ya no importan y una de esas canciones que anticipan la nueva singladura musical de Residente. Si el artista se encuentra en España y si hemos pasado un par de tardes con él conversando sobre su arte, a pesar de que él albergaba la extraña noción de que hablaríamos sobre todo “de ropa y un poco de música”, es porque ha estado rodando en La Granja de San Ildefonso, junto a Penélope Cruz, el videoclip de este hermoso tema.

313 no era su título originalmente. De hecho, al principio ni siquiera esta canción era esta canción sino otra distinta, y sólo una serie de extraños y luctuosos acontecimientos le dieron su forma actual: amasaron su letra, que habla del paso del tiempo y de cómo destruye todas esas cosas que querríamos atesorar para siempre, y abrigaron el fraseo de René con una conmovedora base de acendrado lirismo que interpreta al violín la hermana de su fallecida amiga Valentina, quien, si hacemos caso a las señales que unos días antes nos ha explicado el artista, le inspiró la canción desde el más allá.

Como ya te estarás imaginando, René es un artista muy intenso. Pero también un ser humano muy carnal y genuino que se expresa con sinceridad, exuda humildad y sabe reírse de sí mismo. Cuando penetro en su suite, tras los saludos y cortesías de rigor, me pide un minuto para llamar al servicio de habitaciones. Algo me dice que la noche anterior ha debido de ser larga, porque son las dos y media de la tarde y todavía no ha probado bocado, aunque me asegura que ha tenido tiempo para bajar al gimnasio. Pide una tortilla de patata, unas croquetas y un zumo de naranja, y quiere la casualidad que lleguen justo en el momento en el que se apagan las últimas notas de 313.

La aparición de la camarera resulta un tanto extemporánea en el contexto en que se produce, como si se tratara de un personaje del mejor Pedro Almodóvar, pero al mismo tiempo alivia un tanto la honda pesadez que la canción ha dejado flotando en el ambiente. Cuando conoces la historia de este tema, y yo la conozco antes de que empiece a sonar por los altavoces del portátil, es casi imposible que lo escuches sin sentir una profunda emoción, y que la voz del último audio que Valentina le mandó a René, y que suena al principio del tema como una especie de prólogo, no te produzca un escalofrío.

Davit Ruiz

Resumiendo la novela, 313 es un número que, a partir del pasado mes de agosto, René empezó a encontrarse por todos lados. En el teléfono, en sus habitaciones de hotel... “Era una cosa muy ridícula, para que me dé cuenta yo, que tengo déficit de atención, imagínate lo que tuvo que ser”, me cuenta. El asedio de ese 313 llegó a tal paroxismo que se lo tatuó en la piel, y un miembro de su equipo le sugirió que alguien desde otro lugar estaba tratando de guiar su arte. Pero René no cree en ese tipo de cosas. “Yo creo que te mueres y después no hay nada”, nos dice. Y, sin embargo, el número siguió apareciéndose en su vida.

Una tarde, sentado en el lobby de un hotel en Madrid, y antes de llamar a la hermana de Valentina para que tocara en el tema, se puso a escuchar mensajes de su antigua amiga, también violinista, y que un año antes se había lanzado desde un acantilado al mar Mediterráneo. Cuando vio la hora en el móvil, advirtió que ahí estaban esos tres números que le habían estado persiguiendo. Eran las 3:13. Entonces le dio por pensar que quizás era Valentina la que le estaba enviando esas señales, y consultó las dos últimas notas de voz que conservaba de ella. Las dos habían sido enviadas a las 3:13. Naturalmente, se quedó helado.

Y por si hacía falta una confirmación de esa comunicación fantasmal, el día de la grabación en los Electric Lady Studios de Nueva York, uno de los ingenieros, de la nada, al pedirle a la cantante Silvia Pérez Cruz que se acercara un poco más al micro, en vez de llamarla Silvia le dijo Valentina. “Si no hubiera estado allí mi hermano para verlo habría pensado que me estaba volviendo loco”, nos confiesa René.

Y todavía hay un poco más de numerología en esta historia. Inicialmente, el tema se iba a titular 8, por el símbolo del infinito que ya aparece reflejado en el vídeo de Quiero ser baladista. Cuando René se lo mandó a Penélope Cruz para pedirle que grabara la introducción, ella le dijo inmediatamente que sí, porque le gustaba el texto y porque el número 8 tiene una fuerte significación para ella —de hecho, lo lleva tatuado en el tobillo: 883—. Y hay más: la melodía inicial de la canción, que se le apareció en un sueño, tiene 8 notas. El estudio de grabación, en el que trabajaron 8 personas, está situado en la calle 8. Y ya si nos queremos volver todos un poco locos también, Calle 13 empieza por la tercera letra del alfabeto. Esto es... 313.

Pero dejemos de convocar a los espectros, antes de que este reportaje se convierta en un capítulo de Cuarto Milenio, y volvamos a la música de René. Después de todo, un arranque místico de esta naturaleza es lo último que uno espera del más materialista de los cantantes urbanos. Aunque esperar lo inesperado es quizás lo único sensato que puedes hacer cuando te acercas a un nuevo trabajo de Residente, un artista obsesionado con innovar y no repetirse.

Su inconformismo social y político encuentra un perfecto reflejo en su rebeldía artística. La ortodoxia le produce un sarpullido que se sacude riéndose de todas las convenciones y, por supuesto, de sí mismo. Una actitud que le ha granjeado no pocos enemigos en el género del hip hop, hasta el punto de que muchos ni siquiera lo consideran un rapero. “Hay una cosa interesante que pasa con eso que llaman la cultura hip hop, y es que están encajonados en su espacio, y todo lo que sea distinto, no es rap”, dice René. “Meparece ridículo y es contraproducente artísticamente. Yo me metí en esa idea de tratar de defender el rap desde mi lugar, para que los otros chamaquitos no sintieran la presión de que si quieren ser raperos tienen que quedarse ahí encajonados, sino que pueden cantar sobre una cumbia, sobre cualquier tipo de ritmo, y hacer su música como quieran, usando la herramienta del rap”.

René se lamenta de que, desde el punto de vista artístico, “lo que ha pasado en español con el hip hop ha sido bien poco”. Y, después de haberse enzarzado con media escena en dos vídeos conectados entre sí, Bajo y batería, por un lado, y Quiero ser baladista, por otro, ahora quiere separarse por completo de esa cultura que considera ridícula. “No me voy a concentrar en eso”, dice. Quizás como un canto del cisne, en el disco hay sendos temas con Busta Rhymes y Zatu, a los que considera “fuera de esa caja”, y otros temas en los que “toca la temática del rap” desde la perspectiva de alguien que no quiere formar parte de esa visión congelada en el tiempo.

“Yo he querido transformar el rap en español”, dice, “y hacer lo que quizás el hip hop hizo en un momento dado, que fue romper las reglas de lo que había: no usamos instrumentos, usamos los discos, el DJ, no cantamos, rapeamos por encima. Y rapeamos sobre lo que pasa en la calle, las drogas, todo lo que está pasando que ustedes no están cantando, ellos rompieron las reglas. Pero hacer eso por 50 años te hace no hacer algo distinto, estás haciendo lo mismo que ellos hicieron, pero la esencia de lo que ellos hicieron, que es romper con las reglas y ser transgresor, no lo estás haciendo. Eso para mí es lo más importante, eso es lo que yo agarré del hip hop, yo agarré esa esencia de ser distinto, de romper con lo establecido, y lo establecido es que hay que seguir esa cultura y ahora pues yo dije, no, quiero hacer otra cosa”.

Como ya dejó claro en su sesión con Bizarrap, René contempla la banalidad y la frivolidad actuales de la industria de la música con indecible tristeza: “Veo toda esta tontería... Y no solo en lo de ser rapero, sino en lo que pasa hoy en día con la moda y con lo cool. Ayer estaba en una reunión y me estaban diciendo de un artista: ‘No, porque él hizo esto que es bien cool’. Y es como que yo digo, cabrón, no están pensando en la creatividad, están pensando en lo que es cool. Al final nadie se va a acordar de nada de eso, de nada, de ninguna lista, de ningún premio, de si eres cool o no, si saliste en la revista o si hiciste aquello, se van a acordar de la música y de la letra, y la historia se va a encargar de poner todo en orden”.

“Yo por ese lado estoy tranquilo”, continúa, “todo el trabajo que yo he hecho y que sigo haciendo lo hago con una pasión tan fuerte que se ve ahora, y el que no lo ve ahora, pues lo verá en algún momento, ¿entiendes? Porque la historia se encargará de ayudar a que se vea”.

CAPÍTULO III: Esto lo hago pa’ divertirme

Cuando se produce una tiraera o un beef en el género urbano, y René ha protagonizado algunos de los más sonados de los últimos años, es inevitable que los fans tomen partido por un equipo u otro. Es lógico y muy humano. ¿Team Cosculluela, Akapellah, Balvin... o Team Residente? Al fin y al cabo, esas batallas de gallos se entablan con el único propósito de dirimir quién es el número uno.

Pero hay otro equipo que a menudo pasa inadvertido entre los punchlines y las palabras gruesas, y es el equipo del arte, el único en el que a Residente le interesa militar. Así, cuando sus detractores lo fustigan tildándolo de rapero de mentira, por no frasear en doble tempo o por no utilizar los típicos beats del hip hop, él les contesta con un videoclip que es una auténtica obra de arte cinematográfica como Bajo y batería, en el que rapea sobre una base de jazz.

“Sólo me interesa competir conmigo mismo”, se justifica René. “Creativamente me gusta competir con las cosas que ya hice, quiero hacer algo mejor que lo que hice en el pasado, pero es una cuestión personal. Cuando entras en ese mundo de las tiraeras, entras en un espacio competitivo, irracional, que no tiene sentido y que termina restringiéndote creativamente”, asegura.

“Estoy dejando todo eso a un lado”, sigue René, que como queda dicho se subió a esa ola del hip hop sólo para llamar la atención sobre su trabajo más personal, canciones como This is not America en las que vuelca una rabia que, en su caso, sólo aflora por cuestiones sociales o políticas, y no por peleas de patio de colegio. “La cuestión calle, así de rapear y enfrentarme a otro rapero, vino después de viejo, que es lo triste”, sigue René riéndose. “Mi hermano se burla de mí, y me dice, cabrón, después de viejo, viniste ahora a ponerte con estas pendejadas, de verdad, y es que como nunca lo hice al principio de mi carrera, porque estaba tan concentrado en un montón de cosas, dije, ah, pues déjame pasar por esta etapa, y la hice, y después dije, pues ya, voy a cerrarla y voy a hacer otras cosas”.

Davit Ruiz

Así que hay que creer a René cuando, en el estribillo de su sesión con ‘Biza’, asegura que todo lo hace para divertirse; o cuando, al final de Bajo y batería, exclama que va a dejar las tiraeras para hacerse baladista como Ricky Martin. Bueno, obviamente esto último no tanto, si bien en el videoclip de Quiero ser baladista, que pretendía ser la contestación sarcástica a todos los que lo critican por el uso que hace del rap o por sus posicionamientos sociales, se arranca con la balada más tonta y ñoña de todos los tiempos y no lo hace del todo mal.

“Tiene unas partecitas que pueden salir, que caen, que caen, y las canto bien”, dice René entre risas. Difícilmente se puede poner un punto y aparte mejor a una etapa ya superada que con ese atípico western de nueve minutos en el que primero es acribillado a balazos —aludiendo a todas las tiraeras que le llovieron tras Bajo y batería—, después resucita para contestar en diferido a sus adversarios con un rap fluido y vibrante sobre una base sin percusión, y termina asesinando al presidente de Sony Music Latin-Iberia, Afo Verde, cuando le dice que no cuela como cantante melódico, sólo para que a continuación Ricky Martin le pegue (8) tiros y le mee encima y lo deje muerto para siempre, antes de ser poseído por la gorra con la [R] y ponerse a rapear en playback mientras suena por debajo la voz de René.

Le sugerimos una interpretación para ese brillante cortometraje que dejó con la boca abierta a todo el género urbano: ¿Acaso pretendías, como hizo Arthur Conan Doyle en su día con Sherlock Holmes, matar a ese personaje que se había hecho tan popular que oscurecía tu trabajo más hondo y significativo? “Tiene un montón de cosas ese vídeo, pero una de ellas era como matar la idea también de los géneros musicales”, dice René.

“Lo que tú pensaste es mucho más interesante”, concede, antes de aventurar la explicación más lógica. “Como yo sabía que iba a tirar esa primera tiraera de Bajo y batería, y sabía que iban a venir todos a tirarme, y como sabía que ninguno me iba a poder matar liricalmente, dije pues qué mejor que me mate el ídolo del pop, Ricky, cuando intento ser como él. Y también como se pasan jodiendo con la identidad mía de si soy rapero o no, me dije bueno, pues no soy rapero, quiero ser baladista, fue como una gran respuesta estratégica y pensada”.

“Está tremendo, viste, poder hacer uno eso”, sigue René, “y también dice mucho de la sociedad en la que vivimos, que es bien predecible, y bien manipulable, entiendes, haces algo y ya tú sabes por dónde van a caminar, por dónde van a ir”.

Como dice una de las barras más inspiradas del tema: “Me dicen César Millán a veces, porque cuando el Residente habla, estos perros obedecen”. “En el espacio del hip hop y el rap, esa dinámica de estar diciendo que uno es el mejor es lo que hay”, dice René. “Tú no me vas a ver en Latinoamérica diciendo que soy el mejor, ni me vas a ver en 313 diciendo que soy el mejor, ni en El aguante, ni en La bala, ni en Ojos color sol, ni en René. Tú no me vas a ver en esos temas diciendo que soy el mejor. Pero cuando te pegas a esa dinámica de esta gente, terminas adoptando las características del mismo género que está conectado con eso, con ser el mejor rapero, el mejor en los versos, y entonces en ese espacio es el único en que me he permitido hacer eso. Y ya no me gusta, no me gusta”.

Quizás por ello René ha procurado crearse un alter ego, un avatar artístico al margen del Residente más profundo y comprometido, que está representado simbólicamente por la gorra negra con la [R] y que es su versión más pendenciera y ‘sádica’. “Lo cabrón es que se lo creen”, dice, refiriéndose a los que habitan permanentemente en ese espacio gangsta y bravucón, “y pues yo digo, mira, los dejo ahí en ese espacio, me voy ahora de nuevo al mío, y por eso te digo que este disco es transitorio, porque tiene canciones donde estoy adoptando todo este viaje del hip hop”.

Al final del videoclip de Quiero ser baladista, Ricky Martin arroja la gorra bien lejos, fuera de plano, y René no ha vuelto a ponérsela desde entonces. Si hacemos caso a sus palabras, quizás la haya jubilado para siempre. Pero no descartemos que se la vuelva a poner. Pa’ divertirse, pa’ divertirse, pa’ divertirse.

CAPÍTULO IV: René

Todo el mundo tiene un pasado, y algunos, por su edad y su larga carrera, ya casi dos. Podríamos haber glosado en estas líneas la trayectoria musical y vital de René, desde su nacimiento en una familia humilde de la calle 13 de Trujillo hasta su mansión de Los Ángeles, sus estudios en la Escuela de Artes Plásticas en San Juan de Puerto Rico, sus inicios en la música como Residente Calle 13, sus 31 Grammy o sus transitorios problemas de ansiedad y depresión. Pero quien tenga curiosidad, mejor que escuche al propio Residente rapeándolo en su celebérrimo tema René. De esa canción hemos extraído—y ya llegamos ahí— el verso que da título al primer capítulo de esta historia, que reza al completo: “Quiero llamar al 7550822 a ver quién contesta”.

Es al intentar recitarlo para la filmación de nuestro vídeo Nueve barras cuando René colapsa emocionalmente y no puede seguir. Ha estado descifrando la canción para nuestros seguidores, hablando de las tonadas que le componía su madre para que se acordara de las lecciones de la escuela, de aquellos años en los que jugaba al béisbol en la calle y la vida era feliz y despreocupada, de su amigo del alma Christopher, al que asesinó la policía cuando René estaba en medio de la gira de su segundo disco, del día en que llamó hijo de puta al gobernador de Puerto Rico en una gala de los Grammy y censuraron cuatro años de su carrera. Pero es al llegar a ese número, que es el número de teléfono de su antigua casa familiar, cuando se rompe y nos vemos obligados a parar la grabación.

“Nunca me había pasado de verdad eso”, me dice unos días después, ya más calmado, en su habitación del Ritz. “Debe ser porque tengo una carga emocional desde hace rato, y entonces al invitar a la hermana de Valentina para el video y ella hacerme todas las historias, y pues con el estrés de todo lo que estoy filmando y cosas familiares, personales, y mi hijo fuera, no sé, como que de momento me agarraron fuera de...”, sigue, y se queda pensativo unos instantes. “Es como que ese teléfono 7550822 representa una paz y una tranquilidad que hoy no tengo. Y que antes, a pesar de que podía tener veinte mil situaciones económicas y familiares, quisiera tenerlas más que la intranquilidad que tengo ahora. Entonces sí, me da nostalgia”.

Y sí, puede que René, enfrascado en su enésimo proceso de reinvención, y de vuelta al primer plano de la música mainstream, esté especialmente nostálgico y eche de menos otros tiempos más sencillos. Se nota especialmente ese afán en Ron en el piso, el primer single del disco y un tema por cuyo videoclip desfilan todos los personajes que en algún momento han formado parte de sus canciones, incluidas las bailarinas de Atrévete, quizás su hit más bailable y popular, o su ex mujer, en un entierro figurado de su avatar de Calle 13.

Y de eso va asimismo la ya citada canción 313, para la que, como también queda dicho, ha contado con la actuación estelar de Penélope Cruz. “René Cruz, Silvia Cruz y Penélope Cruz”, bromea el artista. “Con ella fue todo maravilloso desde el principio, una persona súper humilde, una familia hermosa, los hijos son espectaculares, todo, su entorno de amigos, bien saludable”, nos cuenta René sobre su relación con la actriz madrileña.

“Le mandé una idea para que ella narrara algo, le mandé la canción, le pareció bellísima, le encantó”, sigue, “y nada, rápido, al tiempito lo grabamos aquí en Madrid, en mayo, la voz de ella”. Pero unos días después René pensó que quizás podían ir más allá con la colaboración. “Con el tiempo le dije: ‘Bueno, te interesaría si hago el vídeo’, y le tiré una idea, y a ella le gustó la idea, y llamé a un coreógrafo y empecé a trabajarla como desde mayo, y pues cuando llegué aquí el rodaje fue bien complejo, porque por el tiempo, el clima, llovió, granizó, nieve, todo, pasó todo para que no pasara el cabrón del vídeo, pero yo seguí para adelante para que pasara, y todos los que estaban trabajando conmigo también, y pues sí, pude haber hecho muchas más cosas con ella quizás, pero está bien, el vídeo lo veo y me parece espectacular, es de los mejores que he hecho, tengo que verlo ahora terminado completo, pero siento que está quedando bien bonito, bien distinto a todo lo que he hecho”.

313 no es el primer vídeo que René ha rodado en España. De hecho, el primero que dirigió, Somos anormales (2017), y que marcó el punto de partida de su carrera como realizador, que no ha abandonado desde entonces —Residente concibe la música como un todo audiovisual—, fue filmado en Madrid. Su relación con nuestro país ha ido creciendo con los años.

Davit Ruiz

“Para mí, en algún momento de mi carrera España era parte de un triángulo que formaban Argentina, México y España, era como el triángulo al que los manejadores te decían que tenías que ir, esos lugares que tenías que atacar con tu música para que de ahí todo lo demás cayera, y pues Puerto Rico que es tu tierra natal y tu país, que repercute en Estados Unidos desde otro lugar. México es más en California, Puerto Rico, más en Nueva York”, nos dice.

“Pero hace tiempo que no veo las cosas así”, sigue, “no estoy pensando en que tengo que ir a España o necesito ir a Argentina. A mí me gustaría que a la gente de aquí le guste mi música y la escuche, porque me gusta estar aquí, no por otra cosa más que porque me disfruto Madrid cada vez más, me encanta, me gustaría vivir aquí por algún periodo también, tengo muchos amigos, y creo que aquí entienden muchas de las cosas que en otros lugares no las entienden a nivel de mi música, me siento, cómo te digo, me siento bien cuando toco aquí, el público me entiende”.

“Pero lo más importante ahora mismo es mi felicidad”, sigue Residente, ahondando en esa idea de que ya no siente la presión de agradar a su audiencia, “y estar aquí en España, en Madrid en específico, me hace sentir bien, me hace feliz. Entonces ojalá que escuchen la música y les guste y que el concierto se llene, y si no pasa, pues no pasa nada, está todo bien”.

A muchos artistas les cuesta encontrar un equilibrio entre su vida personal y profesional, y sacrifican parte de lo que son o hasta dislocan su identidad por conquistar el afecto del público y enamorar a sus fans. Si algo puedes tener claro en esta vida, es que Residente no es uno de esos artistas.

“Pues hermano, yo creo que no tengo esa jodienda con el amor del público, para nada, no me da, hasta me puede dar estrés”, dice. “Como que yo tengo mis amores con la letra, con escribir y con hacer música, eso es lo que me gusta, de hecho no quiero ni girar, no tengo ganas de treparme en una tarima, tengo que tocar el sábado y es como que no me siento honesto yendo allí, diciendo que me siento feliz de estar allí, porque no me siento feliz estando allí”, asegura en un arranque de sinceridad poco habitual en la industria.

“No me siento feliz estando en la tarima, pero no porque vaya al lugar donde voy, sino en ningún lugar, no quiero tocar, no me interesa el amor del público. Si yo pudiera encerrarme en una cápsula a escribir música y poder vivir igual de como vivo ahora, con todas las cosas que tengo, haciendo música nada más, o haciendo visuales, ya yo estaría felicísimo, lo que pasa es que tengo que salir a tocar, porque es donde más genero el presupuesto para poder hacer las cosas que quiero hacer”.

Nos dice René que en algún momento se desenamoró de los escenarios, y que si se sigue subiendo es para escuchar a sus músicos, “que tienen 10 mil millones de años luz más de talento”. “Me siento agradecido al público de que gracias a ellos puedo hacer más arte, y siempre voy a estar agradecido, pero no es como que sea un vicio que necesite, de hecho encuentro bastante ridículo cuando los artistas se trepan en la tarima y alzan los brazos, y aplauden para que les aplaudan más, me parece una porquería, y una vergüenza, y alguna vez lo habré hecho y me da vergüenza”.

Así que no es de extrañar que en los últimos tiempos René esté más interesado en escribir películas que en hacer giras y dar conciertos. Está ultimando el guion de su primer largometraje junto al guionista estadounidense Alexander Dinelaris (Birdman, El renacido), una suerte de drama histórico que, si todo sale bien, podría rodar este 2024.

“La película es sobre Puerto Rico y el periodo colonial de transición entre España y Estados Unidos, cuando llega Estados Unidos a Puerto Rico en 1898, está ambientada en ese periodo como de ocho meses en el que no se sabe qué va a pasar”. El protagonista es un personaje real que encontró documentándose durante la pandemia y que se llama “Águila Blanca, un chamaquito que a los 11 años mató a otro chamaquito español, un poquito mayor que él, y lo metieron preso en la cárcel a los 11 años, y de ahí se creó una ganga de 17 cabrones”.

“Cuando llegan los gringos a Puerto Rico, se escapan, justo en ese periodo de ocho meses donde todo era tierra de nadie”, explica René, y su historia en ese momento de incertidumbre y desorden conecta con otra historia de 1950, que es el año en el que los puertorriqueños se rebelaron por primera vez contra Estados Unidos. “Es como un medio western, con machetes, y quizás uno que otro revólver”, dice, sin querer desvelar demasiado del argumento.

¿Significa todo esto que, como ya ha insinuado en algún que otro verso, vaya a retirarse un día de la música para dedicarse a su pasión por lo audiovisual? “Yo no voy a dejar de hacer música”, aclara René. “Creo que cuando esté haciendo la película, mi primera película, voy a dejar de hacer música durante todo ese periodo, pero no es que voy a parar. Porque creo que puedo hacer un montón de cosas con la música todavía distintas y de verdad que ahora me siento, luego de este disco...  De hecho, este disco yo quisiera que fuese, yo quería que fuese ese disco donde me libero de todo, pero siempre hay discos de transición que te llevan a discos más grandes. Para mí es un disco de transición, pero que tiene grandes temas para mí, tiene unos temas que a mí me gustan mucho. De verdad me gustan todos, pero son... como que tienen diferentes etapas. Y lo próximo que quiero hacer viene con esa idea de mucho más libre artísticamente, que siempre lo he estado y siempre lo he sido, pero mucho más todavía”.

Davit Ruiz


CAPÍTULO V: Como si Sócrates y Platón tuvieran un hijo

Dejamos a René —y a su hermano Gabriel, que ha llegado al final de la entrevista— en su habitación con la impresión de haber estado hablando de todo y de nada a la vez. Se nos han quedado en el tintero un millón de preguntas, porque el arte de René, sin necesidad de esperar a ese nuevo trabajo con el que promete embarcarnos en un viaje por territorios inexplorados, ya es infinito e inabarcable.

Cada vez que te introduces en uno de sus videoclips descubres algo nuevo que se te había escapado anteriormente, una referencia que no comprendías, un verso que adquiere un significado distinto, una imagen que de repente cobra sentido en tu cabeza. Como cualquier obra de arte con mayúsculas, sus creaciones admiten múltiples interpretaciones y están llenas de subtextos, y nos gustaría desentrañarlos todos con René, tirar del ovillo hasta llegar a ese núcleo de inspiración del que surge su universo entero.

Pero, como decíamos al comienzo de este reportaje, en ocasiones hay que llegar al final para entender el principio. Y otras, simplemente, el final no es un final, sino sólo un punto y aparte que hay poner en algún sitio con la esperanza de que la historia continúe sin ti, en otras mentes y en otras almas. Y hoy lo vamos a colocar justo aquí.

THE END.


CRÉDITOS DE PRODUCCIÓN

Maquillaje y peluquería: Raquel Aragües.
Estilismo: Verónica Velez Vicenty.
Producción: Asha Martínez.
Talent Manager: Loreto Quintanilla.