Portada GQ Marzo 2024

Cillian Murphy: “No podría vivir en la burbuja de Hollywood. Para ser actor necesitas llevar una vida normal y hacer cosas normales”

Durante casi treinta años, Cillian Murphy se ha labrado una reputación intachable como uno de los actores más versátiles, aun habiéndose mantenido inteligentemente oculto. Ahora, como candidato al Oscar, la estrella de Oppenheimer descorre, poco a poco, el telón.
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En otoño de 2021, Christopher Nolan sabía dónde encontrar a Cillian Murphy. El director voló a Irlanda con un documento en su equipaje de mano, el equivalente hollywoodiense a un maletín nuclear. Era el guion de su nueva película, que mantenía bajo el más absoluto de los secretos, y que había impreso en papel rojo. “Supuestamente a prueba de fotocopias”, me explica Cillian. No le sorprendió que Nolan se presentase en persona porque ya habían trabajado en cinco películas antes, y en todas las ocasiones el guion se lo había entregado directamente él o algún miembro de su familia. “A veces me lo ha traído su madre. O su hermano, que luego se va y vuelve en tres horas. En parte tiene que ver con mantener la confidencialidad, pero también con la tradición. Siempre lo han hecho así, ¿por qué dejar de hacerlo ahora? Es un ritual que aprecio mucho. Me viene bien”.

Nolan se reunió con Cillian en la habitación del hotel del director en Dublín y luego le dejó para que se lo que leyera. Leyó, leyó y leyó las 197 páginas del tipo de guion más raro —en primera persona, la del protagonista de la película, J. Robert Oppenheimer—. Toda la acción, todos los acontecimientos giran en torno a este personaje, uno de los nombres más importantes de la historia, de cerebro privilegiado y de psicología compleja. Cillian Murphy nunca había interpretado al protagonista en ninguna película de Nolan, pero se comprometió con este papel en cuanto le habló de él, antes incluso de haber leído una página del guion. “Ya me había llamado y me había dicho que quería que interpretara el papel. Y yo le dije que sí, porque siempre le digo que sí”. La tarde se echó encima. “Él no tiene teléfono ni nada”,  cuenta Cillian. “Pero supo instintivamente cuándo volver”. Nolan controlando el tiempo, como siempre. Pasaron el resto de la tarde juntos y luego Cillian se cogió un tren de cercanías para volver a casa y se puso a trabajar.

El resultado fue una de las películas más vistas y aclamadas de 2023, una superproducción de casi mil millones de dólares sobre un genio atormentado (además del padre de la bomba atómica). La interpretación de Cillian confirmó lo que muchos ya sabían desde hacía tiempo: que es —o al menos era— uno de los actores más infravalorados de Hollywood. En pequeños, pero poderosos, papeles en las otras películas de Nolan. Como actor secundario o protagonista en docenas de películas y obras de teatro durante las últimas tres décadas. Y, por supuesto, a lo largo de 10 años y seis temporadas de Peaky Blinders, la exitosa serie que le dio a conocer en todo el mundo. “Hace algunos años”, me confiesa Christopher Nolan, “en un momento de beoda sinceridad, cometí lo que probablemente fue un error, que fue decirle que es el mejor actor de su generación. Ahora tiene la oportunidad de demostrárselo al resto del mundo, para que se den cuenta de una vez”.

Parte de la razón por la que, hasta hace poco, parecía envuelto en cierto halo de secretismo es que vive y respira alejado del ruido. Y lo hace a propósito. En 2015 dejó Londres —ya de por sí apartada de Hollywood— para instalarse en un tranquilo pueblo costero irlandés, que no está exactamente fuera del radar, pero sí un pelín más alejado de la onda expansiva de la industria.

Una noche de este invierno, me cogí un tren de cercanías desde el centro de Dublín hasta Monkstown para cenar con Cillian. Quedamos en un restaurante donde, me dice, tiene “una mesa habitual, ¿te lo puedes creer?”. Una afirmación cargada de radiante orgullo, en tanto que subraya el hecho de que no tiene mesa habitual en ningún otro lugar. Pasamos allí cómodamente gran parte de la noche, él removiéndose en el asiento, inclinándose hacia delante, con su pelo de padre rockero cayéndole sobre la frente, sus famosos ojos azules atrayendo a los transeúntes como dos pozos de arenas movedizas.

Cillian y su esposa desde hace 20 años, la artista Yvonne McGuinness, viven junto al mar con sus dos hijos adolescentes. En Irlanda, su existencia creativa les persigue. En todas las galerías de arte parece haber obras de algún miembro de su familia. La música de la radio la ponen sus amigos o el propio Cillian. De vez en cuando se toman unas pintas con sus ídolos irlandeses, los actores Brendan Gleeson y Stephen Rea.

Aquí, la vida de Cillian está llena de… vida. Sus hijos ya están bastante creciditos. Hay exámenes. Tareas. Recados. Él y su hijo menor iban a coger un vuelo por la mañana para asistir a un partido de fútbol en Liverpool. “Os habría llevado a otro sitio a tomar una Guinness”, dice Cillian, “pero tengo que acercar a mi hijo a una fiesta esta noche”. Un ajetreo que poco tiene que ver con la burbuja que suele rodear a las caras más visibles de la industria cinematográfica.

“Tengo un par de amigos actores, pero la mayoría no lo son”, me cuenta. “Casi ninguno está en el negocio. A mí también me encanta no trabajar. Y creo que para mí, como actor, gran parte de la investigación que requiere la interpretación procede del simple ejercicio de vivir, de llevar una vida normal y de hacer cosas normales, porque puedes observar y estar presente en esa especie de flujo encantador que es la vida humana. Si no puedes hacerlo, porque no paras de ir a festivales de cine, a platós o a viajes de promoción, entonces sí estás en una burbuja. No digo que te convierta en mejor o en peor actor, pero es un mundo en el que yo no podría vivir. Me parece que limita mucho lo que puedes experimentar como ser humano”.

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Me dio la impresión de que Cillian Murphy, al menos durante el fin de semana que pasé con él este invierno, tiene algo profundamente resuelto. Me tiré el mes siguiente asimilando la experiencia de estar con alguien que vive en gran parte como tantos otros actores —o artistas, o personas— afirman querer vivir: lejos de todo, pero al mismo tiempo muy solicitados. Con interpretaciones dignas de Oscar, pero a la vez pudiendo desaparecer durante mucho tiempo, en cualquier momento, sin hacer preguntas. La estabilidad que le brinda el hogar funciona como punto de anclaje para después salir y dedicarse al arte. “Tiene esa rara mezcla de humildad y creatividad desbordante”, me dice Emily Blunt. “Es una persona encantadora y cuerda. Muy, muy cuerda. Y, sin embargo, a la hora de interpretar, es muy salvaje”.

Fue el primero de sus amigos en tener hijos y será el primero en quedarse con el nido vacío. Más tiempo para el cine (quizá). Más tiempo para la música (eso seguro). Más tiempo para salir a correr por la noche, cuando las luces de las farolas le hacen sentir que va más rápido. Más tiempo para dormir: “Duermo mucho. Puedo dormir hasta 10 horas”. Cillian parece inmune a la necesidad de estar en el centro de la fama, de la moda, de las cenas gratis, de las excitantes oportunidades que brinda formar parte de la escena. Muchos actores aplacan esa compulsión cuando ya son muy mayores, pero el caso es que Cillian no lo es. Tiene 47 años y está en lo más alto de sus capacidades, en su mejor momento. No ha abandonado la industria, sino que flota a su alrededor, hasta que le llaman, lo cuál ocurre a menudo, y más ahora.

Intenta hacer una película al año, preferiblemente no en verano, cuando le gusta pasar la mayor parte del tiempo en la costa oeste de Irlanda sin hacer mucho más que buscar nueva música para su programa de radio en la emisora BBC 6, o pasear a Scout, su perro labrador negro. Está muy contento de estar “en paro” mientras espera a que le llegue la película adecuada. “Cuando Chris me llamó, podría haber estado haciendo otra cosa”, explica. “Y ése habría sido el peor de los escenarios”. De este modo, parece adherirse a una versión propia del adagio de Michael Pollan sobre la alimentación sana: “Haz películas. No demasiadas. Sobre todo con Christopher Nolan”. Hay que imaginarse la disciplina, la confianza, la tranquilidad de no tener que preocuparse por perder una oportunidad, un almuerzo, una fiesta, un camino de vuelta a uno de los núcleos más triviales de Hollywood, sino más bien pasear por la orilla de un mar esmeralda mientras los días se alargan hasta las 10 de la noche, sabiendo que te conocen y que, en última instancia, saben dónde encontrarte.

En Monkstown. Probablemente en su mesa del bar. Con actitud presente. Lúcido. Como cualquier lugareño, pero con la piel más hidratada. Durante la cena, sólo me pidió que no incluyera una cosa en el artículo: un pequeño matiz sobre un establecimiento local. Porque no hay nada más peligroso que una opinión inoportuna en un pueblo pequeño. Ninguna señal más reveladora de alguien que “simplemente vive” allí. El sueño.

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Nolan vio a Cillian por primera vez en 2003, en una imagen promocional de la película 28 días después en el San Francisco Chronicle. “Estaba buscando actores para el reparto de Batman y me impresionaron sus ojos, su aspecto, todo lo que tenía que ver con él, y quise saber más”, me cuenta Nolan. “Cuando lo conocí, no me pareció necesariamente adecuado para Batman. Pero tenía un feeling con él: hay gente que conoces en tu vida con la que quieres mantener el contacto, con la que quieres trabajar, con la que intentas encontrar formas de crear juntos”. Así que Nolan le puso delante de la cámara para ver qué sucedía. “Primero interpretó a Bruce Wayne, y vi que el equipo se paraba y prestaba atención de una forma que no había visto antes y que no he vuelto a ver desde entonces. Emana una electricidad, una energía increíble. Así que llamé a algunos ejecutivos, que se quedaron tan impresionados como yo y me dejaron ofrecerle el papel de Espantapájaros. Los villanos de Batman hasta ese momento habían sido coto de grandes estrellas, de Jack Nicholson, de Arnold Schwarzenegger. Es un testimonio de su talento”.

El de Batman Begins fue el primero de sus pequeños papeles en las tres películas de Batman de Nolan, en Inception y en Dunkerque. “Espero que no le importe que lo diga, pero cuando trabajé con él por primera vez, era puro instinto y no parecía que le diera importancia al aspecto técnico de la interpretación. A veces poníamos una marca y él la pasaba por encima literalmente”, dice Nolan riendo. Pero a lo largo de dos décadas, “a medida que lo veía desarrollar su parte más técnica, vi que no distraía ni disminuía la naturaleza instintiva de su interpretación”.

Para el papel de Oppenheimer, Cillian se preparó en casa durante seis meses, centrándose primero en la voz y en la silueta (en otras palabras, perdiendo peso para reflejar la piel y los huesos de un cuerpo de fama mundial que subsistió principalmente a base de martinis y cigarrillos durante los años en que desarrolló la bomba). En el plató, a medida que se pasaban los días de rodaje en el desierto de Nuevo México, la especial interpretación de Cillian empezó a extenderse entre el reparto y el resto del equipo “como un rumor”, cuenta Nolan. “Recuerdo que pasó lo mismo con Heath Ledger en El caballero oscuro”.

Emily Blunt, quien interpreta a Kitty —la atribulada esposa de Oppenheimer—, conoció a Cillian por primera vez en Un lugar tranquilo. Parte II. “Estar con Cillian en escena te atrapa del todo. Te arrastra a una especia de vórtice vibracional”, me dijo. “Le encantan las fiestas, pero cuando está trabajando está tan concentrado que apenas socializa. Desde luego no en Oppenheimer, quiero decir que al final del día no le quedaba energía para decir una sola palabra más a nadie”.

Matt Damon me contó que, cuando estaban rodando en Nuevo México, los miembros del reparto solían ir a cenar a un pequeño café. “Era como una tienda de campaña”, me dijo. “Y Cillian siempre estaba invitado, pero nunca venía”. Se quedaba en su habitación, preservando su energía, preparándose para el día siguiente, cuidando la silueta de Oppenheimer.

“Vale, está perdiendo peso, no puede cenar, sabes que está un poco de bajón”, añadió Matt. “Pero también sabes que está haciendo lo mejor para una película que todos queremos que sea la mejor posible, y por eso le animas. Pero durante la cena estamos ahí sentados diciendo: tío, es brutal”.

“Lo único que se permitía, su único lujo, era bañarse por la noche. Se podía comer unas almendras o algo así y luego meterse en la bañera con su guion y ponerse a trabajar. Él solo, cada noche”.

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Su papel es enorme, pero gran parte queda oculto para el público tras la concentrada intensidad de la interpretación. El núcleo. Hacia el que muchos elementos de su personaje nos acercan de manera sutil. Pongamos un ejemplo: si [la película] fuera realmente fiel a la época, cuenta Cillian, todo el mundo estaría fumando y llevando sombrero, pero él es el único que hace alguna de las dos cosas. “Es rotundo, pero subliminalmente”. Kai Bird —coautor de American Prometheus, la monumental biografía de Oppenheimer en la que se basa la película— pasó un día en el plató de Los Álamos viendo a Cillian interpretar la escena en la que Oppenheimer habla con su equipo de científicos sobre la bomba mientras alguien deja caer canicas en una pecera y en una copa de brandy. “En un momento dado, durante un descanso, se acercó con su holgado traje marrón y su cinturón turquesa y levanté los brazos y grité: ‘¡Dr. Oppenheimer, Dr. Oppenheimer, llevo décadas esperando conocerle!”, cuenta Bird. “Captó especialmente bien la voz y la intensidad de Oppie” (en un momento dado, Bird me pidió que le confirmara una cosa: “Esos ojos azules son suyos, ¿verdad? ¿O lleva lentillas?”).

La película se estrenó durante aquel fin de semana que conocemos como Barbenheimer, justo después de que comenzara la huelga del sindicato SAG-AFTRA. Y a pesar de poder disfrutar de un rato más relajado junto a Emily Blunt, Matt Damon y el resto del reparto, Cillian se sintió aliviado cuando se interrumpió la promoción de la película. “Creo que es un modelo que no funciona”, piensa sobre las entrevistas sobre la alfombra roja. Es anticuado y un lastre para los actores. “Todo el mundo está muy aburrido”. Mira lo que pasó cuando se declaró la huelga, dice. Todo se paró. Pero el hecho de que la película fuera buena, y de que Barbie fuera buena, es decir, dos películas buenas al mismo tiempo que enloquecieron a la gente, demuestra que no lo necesitas. “Lo mismo pasó con Peaky Blinders. En las tres primeras temporadas no hubo promoción, era una serie pequeñita de la BBC 2. Prendió porque la gente hablaba mucho de ella”.

La reticencia de Cillian en muchas entrevistas es palpable. “Como dijo Joanne Woodward, ‘actuar es como el sexo: hazlo, no hables de ello”. Aunque no calificaría su actitud en la televisión nocturna de brusca, básicamente es incapaz de fingir. En otras palabras, reacciona como cualquiera lo haría cuando le hacen la misma pregunta por enésima vez en una semana. Tengo curiosidad por ver cómo lleva su primera campaña hacia los Oscar, en la que tendrá que responder a las mismas preguntas durante varios meses.

“La gente decía: ‘Tiene reservas’ o ‘es un entrevistado difícil”, cuenta. “¡Pues no! Me encanta hablar de trabajo, de arte. Lo que me cuesta y me parece innecesario y poco útil a la hora de hablar de lo que quiero hacer son cosas como: ‘Hábleme de usted…”.

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A pesar de todo, vamos a ello. Creció en Cork. Estudió en una escuela católica con un perfil más atlético que artístico. “Siempre he odiado los deportes de equipo. Me gusta verlos. Pero se me daban fatal”, dice. El sistema clásico de escolarización no le sentó bien “ni emocional ni psicológicamente”, concede. “Pero al menos tenía algo contra lo que luchar”.

Tocaba con su hermano en un grupo que tuvo éxito, empezó con desgana a estudiar Derecho en la Universidad de Cork. Allí vio una versión teatral de La naranja mecánica y se aficionó a la escena teatral de la ciudad. Sin ningún tipo de formación, consiguió su primer papel tras su primera audición. Era para Disco Pigs, una obra de Enda Walsh que se representó en Reino Unido, Europa y Canadá y que le cambió la vida. “Todo me ocurrió en un mes, en agosto del 96. Nos ofrecieron un contrato discográfico, suspendí los exámenes de Derecho, conseguí el papel en Disco Pigs y conocí a mi mujer”, explica. “Ahora miro atrás y pienso: joder, entonces no sabía lo importantes que serían todos esos acontecimientos, el efecto dominó que provocarían en mi vida”. Le pregunté a Cillian —que en el pasado había dicho que se consideraba ateo— si esa confluencia le hizo preguntarse alguna vez si había un poder supremo organizándolo todo. “Ohhh”, responde. “Me encantan el caos y el azar. Me encanta la belleza de lo inesperado”.

Durante el fin de semana de invierno, en una especie de paseo joyceano por Dublín, pasamos por delante de una librería. “Era mi librería favorita cuando llegué a Dublín. No tenía dinero y vivía con mi suegra. Venía aquí y me tomaba un café por 50 peniques, pero luego me lo rellenaban. Así que me pasaba el día leyendo obras de teatro, las volvía a poner en las estanterías y me iba a casa, donde mi suegra me daba de cenar”, explica. “Era para educarme. Para ponerme al día. Como no fui a la escuela de arte dramático, me leía todas las obras que se supone que te tienes que leer. Pedía referencias a escritores y dramaturgos”.

“El teatro es clave en Cillian”, me dijo el director Danny Boyle. “Lo cual es raro, visto el extraordinario actor de cine que es”. Esa capacidad, desde el teatro, de recorrer la enorme distancia del arco de un personaje extremo. “Todo el mundo habla de sus ojos soñadores como los de Paul Newman. Y eso es una ventaja, claro, porque detrás se encuentra esa capacidad de generar una energía volcánica”. La otra clave de Cillian, según Boyle, es que es un maldito irlandés. “Es una de las mejores exportaciones [del país], y está claro que la patria le nutre constantemente”. Boyle eligió a Murphy para 28 días después (2002), la primera película de Cillian y la que le dio a conocer. En cierto modo, le llevó después a trabajar con Nolan, y de nuevo con Boyle en Sunshine (2007). “Cuando rodamos 28 días después estaba empezando”, dice Boyle. “Pero en Sunshine ya era un actor consumado”.

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En los 2000, Cillian trabajaba con frecuencia en algunos proyectos mejores que otros. “No he visto muchas de mis películas”, dice. “Johnny Depp lo decía, y es verdad. Las que no he visto suelen ser las que he oído que no son buenas”.

Le pregunté si había visto Oppenheimer.

“Sí, he visto Oppenheimer...”, dice poniendo los ojos en blanco.

Cuando Nolan terminó la película, Cillian, su mujer y su hijo pequeño volaron a Los Ángeles para verla por primera vez en la sala de proyección privada de Nolan. “Es muy bonita”, dijo, tratando de equilibrar su evidente entusiasmo con cierta discreción. “Allí proyecta copias de la película. El sonido es extraordinario”. ¿Cuántos asientos? “Pues diría que unos 50”. Así que Cillian vio esta película en el que probablemente es el cine en casa con mejor sonido conocido por el hombre.

En verano de 2005, un par de meses tras el estreno de Batman Begins, Cillian regresó a la gran pantalla con Vuelo nocturno, de Wes Craven. Era su época de interpretar villanos. Los dos papeles, de cerca, inspiraban cierto temor. Al preguntar casualmente a agunas personas qué pensaban de Cillian, me sorprendió la impronta que Vuelo nocturno había dejado en estadounidenses de cierta edad.

“Ah, ya lo sé, es una locura!”, dice Cillian. “Creo que es por su dualidad. Por eso quería interpretarlo. El bueno y el malo en uno. La única razón por la que me atrajo es que podías hacer ese...” —chasquea los dedos— “ese giro”.

“Dicen que las personas más agradables a veces son los mejores malos”, me dijo Rachel McAdams con respecto a su experiencia con Cillian en Vuelo nocturno. “Escuchábamos música y charlábamos mientras hacíamos crucigramas, que él se traía todos los días y en los que amablemente me dejaba participar. Creo que la pregunta que siempre me hacían sobre Cillian por aquel entonces era si llevaba lentillas o no”.

“Me encanta Rachel McAdams, nos divertimos mucho haciéndola”, cuenta Cillian. “Pero no creo que sea una buena película. Es una buena película de serie B”.

Durante el mismo periodo, Cillian protagonizó El viento que agita la cebada, de Ken Loach, una de las mejores películas que ha hecho y de la que se siente especialmente orgulloso. Una epopeya de época que narra la historia de un grupo de amigos irlandeses que se encuentran luchando primero contra los británicos en la Guerra de Independencia irlandesa y luego entre ellos en la Guerra Civil irlandesa. La película es exuberante, desgarradora, implacable. Te transporta. Cillian tiene un rostro que encaja perfectamente en cualquier década del siglo XX. Su momento más vital lo tiene en los años 20, 30 y 40, y es uno de los factores más convincentes de Oppenheimer. Matt Damon, para bien o para mal, parece Matt Damon. Emily Blunt—también para bien o para mal— parece Emily Blunt. Pero Cillian Murphy parece un científico de 1945.

Cillian y los directores con los que ha trabajado han aprovechado esta característica de varias maneras en los últimos años. En Operación Anthropoid (2016), como miembro de la resistencia checoslovaca en la Praga ocupada por los nazis. En Fuego gratuito (2016), como un miembro del IRA que se mete en un negocio de armas que sale terriblemente mal. En Dunkerque (2017), como un “tembloroso soldado” británico que sufre estrés postraumático. Y, por supuesto, en Peaky Blinders (2013-2022), como héroe de la Primera Guerra Mundial convertido en gángster en el Birmingham de los años 20. Con esa cara, puede interpretar cualquier papel de los conflictos de la Europa de la pre y la posguerra. “Cillian siempre se ríe del hecho de que siempre interpreta a gente traumatizada”, cuenta Blunt. “Debe de haber algo en su cara que atrae ese tipo de papeles”.

En el primer fotograma de Operación Anthropoid, un rayo de luna le ilumina el pómulo, como si fuera un plano de alabastro, y lo primero que te preguntas es: ¿Eres nazi o de la resistencia? ¿Eres el bueno o el malo? O ambos, esa “cosa de dos”. Lo estable y lo salvaje. La dualidad. La atracción interior.

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En Dublin, paseando por calles concurridas bajo un abundante sol invernal y cáusticas gaviotas, los fans nos abordan a un ritmo escandaloso, pero también las hermanas de sus amigos.

“No soy una acosadora...”, dijo una de ellas educadamente.

“¡Hola, Oona!”

Le pregunté si había percibido un cambio palpable en su vida desde el verano pasado, cuando mil millones de personas lo vieron prácticamente en cada fotograma de una de las películas más taquilleras de todos los tiempos. “A mí siempre me parece que va por oleadas”, dice. “Cuando Peaky estaba en su apogeo, sentía una energía diferente cuando salía por ahí, un poco como la que siento ahora, pero luego las cosas se vuelven a calmar. Luego no hay nada en el cine durante mucho tiempo y la gente se olvida. Es un poco así. Luego todo vuelve a la normalidad”.

Con el debido respeto hacia Peaky Blinders, esta película parece que ha llegado muho más lejos.

“Sí”, dice riendo. “Pero te sorprenderías. Todavía me preguntan mucho por Peaky”.

Como si nada, a Cillian le aborda un fan en la calle y le pide una foto.

“Perdona, pero no hago fotos”, le dice al chaval decepcionado, a quien, sin embargo, le regala 20 segundos de su tiempo para charlar.

“Cuando empecé a hacerlo, me cambió la vida. Es mejor saludar y mantener una pequeña conversación. Se lo digo a mucha gente, a mis amigos actores, y me dicen: me siento tan mal si no lo hago. Pero no hace falta un registro fotográfico de todos los sitios en los que estás en un día”.

“Hay una especie de culto efervescente en Cillian”, me dice Emily Blunt. “Creo que para alguien tan instropectivo como él, este nivel de fama es horripilante. Si hay alguien que no está hecho para la fama, ese es Cillian”.

Para compensar a ese fan, le pregunté si podría haber una película de Peaky Blinders. “Por ahora no. No tengo ninguna noticia. Siempre he dicho que estoy abierto si hay más historia. Me encanta cómo terminó la serie, su ambigüedad. Estoy muy orgulloso de lo que hicimos. Y siempre estoy abierto a un buen guion”.

Pasamos junto a unos jóvenes vestidos de negro, con tacones y de aspecto bastante desmejorado. “Mira estos chavales, sin dormir desde la noche anterior”, dice Cillian sonriendo. Le pregunté si había tenido sus días de fiesta en Dublín, en Londres. “Sí, lo hice, pero con mis amigos. Nunca formé parte de ninguna escena, ni iba a clubes de actores. Nunca iría a un estreno. La idea de ir a un estreno que no es tuyo me parece como...”.

Pasamos por el Trinity College, ocasión perfecta para hablar de la serie irlandesa revelación Normal People y de su estrella irlandesa revelación, Paul Mescal. “Él es de verdad, como una auténtica estrella de cine. No surgen muy a menudo. Pero” —dice con un cierto tono  de orgullo y fanfarronería raro en él—, “por suerte, parece que la mayoría vienen de Irlanda”.

“Al parecer es un buen momento para ser un actor irlandés”, añade.

Nos detuvimos en la Galería Kerlin para ver la exposición de su cuñada, Ailbhe Ní Bhriain. Ella y la mujer de Cillian eran compañeras de posgrado en Londres, y el hermano de Cillian la conoció cuando fue una vez a visitar al actor. Este es su ambiente. Pasea admirando las piezas, de las que había oído hablar en reuniones familiares, pero que aún no había visto.

“Esta obra me atrae a la primera porque sientes que aborda grandes temas, y eso siempre me ha gustado. No busco el puro entretenimiento. Me encanta cuando te deja un poco hecho polvo. No desde el punto de vista del horror, sino desde el psicológico y existencial. El trabajo que disfruto y que intento hacer contiene ese elemento”.

Cillian fue productor ejecutivo de las tres últimas temporadas de Peaky Blinders, pero antes ya había estado buscando una primera película que producir. Se hizo con los derechos de la novela Cosas pequeñas como esas, de Claire Keegan, finalista del Booker Prize, y una noche durante el rodaje de Oppenheimer, sentado en el desierto con Matt Damon, este le habló de Artists Equity, la entonces desconocida productora que dirige junto a Ben Affleck, y cuyo novedoso modelo financiero se basa en el reparto de beneficios con todo el equipo. Cillian les envió el libro y Artists Equity decidió financiarla. “Normalmente, intentas reunir a entidades diferentes y después recibir otros tantos puntos de vista sobre la edición”, explica Cillian. “Ellos son justo eso”.

Cosas pequeñas como esas gira en torno a un hombre corriente de su edad que vive en un pequeño pueblo del condado de Wexford. Unas Navidades, descubre un espeluznante secreto en el convento local: las Lavanderías de la Magdalena, que, desde el siglo XVIII hasta la década de 1990, mantuvieron prisioneras a miles de niñas y mujeres en casas de trabajo pertenecientes a la Iglesia. Le pregunto a Cillian si, como productor, le parece importante contar historias irlandesas. “No especialmente”, responde. El único criterio es contar la mejor historia para el momento presente. “Aun así”, dice, “es una buena ocasión para analizarla, porque ya hay distancia con todo lo que pasó con la Iglesia y demás. No creo que se haya abordado del todo. Me parece genial poder hacer algo que sea entretenido y conmovedor, pero que al mismo tiempo plantee algunas preguntas sobre quiénes éramos y somos como país y hasta dónde hemos llegado. Pero, de nuevo, debería abordarse después de una tarde razonablemente entretenida en el cine”.

Cillian bromea en un momento dado diciendo que se pasó la huelga de actores en casa “comiendo queso”, pero lo que realmente hizo fue editar Pequeñas cosas como esas y supervisar “todas esas cosas bonitas que los actores nunca llegamos a ver” (su productora, Big Things Films, se habría llamado Small Things Films, dice, salvo que Small Things sugiere “falta de ambición, quizá”). Cosas pequeñas como esas se estrenará este mes en el Festival Internacional de Cine de Berlín.

Una película al año, control, contención, una mano firme al volante.

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Cillian es naturalmente propenso a llevar un estilo de vida analógico que encaja bien con Nolan, ya que no utiliza correo electrónico ni tiene un teléfono inteligente. “Aspiro a tener esa vida”, dice Cillian. “He estado borrando cosas de mi teléfono, excepto aplicaciones para escuchar y descubrir música”.

“Todavía tengo todos mis CDs, DVDs y Blu-Rays”, dice. “No puedo deshacerme de ellos. Aunque sí me deshice de mis cintas de VHS. Las dejé en la calle porque nadie las quería. Las llevé a una biblioteca y les dije: “¡Mirad que bonita y pretenciosa colección de películas artísticas!”, y me dijeron: “No, gracias, tío...”.

Le pregunté si había visto el TikTok viral de Nolan mostrando a un zoomer la mejor manera de proyectar Oppenheimer. Se echó a reír. “Me lo enseñó mi hijo. Todo un choque de culturas”.

Trabajar con Nolan es como un deseado descanso de la vida moderna. “Cuando estoy en un plató con Chris, me siento un poco como en un laboratorio privado e íntimo”, cuenta. “Aunque trabaja a un ritmo tremendo, siempre hay espacio para la curiosidad y para descubrir cosas, y eso es lo que debería ser hacer arte, ¿no? No hay teléfonos, tampoco anuncios: todo el mundo lo sabe. Y no hay sillas. Porque él no se sienta. A veces un set de rodaje puede ser como un picnic. Todo el mundo tiene sus sillas y sus bocadillos, y todo el mundo está enviándose mensajes de texto y enseñándose unos a otros, ya sabes, emojis o lo que sea, memes, que por cierto sí sé lo que son...”, dice, aludiendo a un meme de Cillian no sabiendo qué es un meme. “¿Pero por qué?”.

¿Sabes qué va a hacer Nolan ahora?, le pregunto.

“Noooo. Pero tampoco sabía que estaba escribiendo Oppenheimer. No tenemos ese tipo de contacto”.

Es como Misión: Imposible. Trabajar juntos en lo más difícil, y luego cortar la comunicación. “Chris es la persona más inteligente que conozco. No ya como director, sino en todo lo demás”.

Nolan me dijo que quería dar a Cillian un papel que le persiguiera para siempre, del que se pasaría el resto de su carrera intentando salir. “Y”, añadió, “creo que lo he conseguido”.

Cuando se lo planteo a Cillian, se toma su tiempo: “Hay una filmografía grande, una enorme obra que la gente que sabe, conoce”. Creo que es su modesta manera de decir: tengo alguna más por ahí.

Cillian me cuenta que había oído a “uno de los Sydneys” —Lumet o Pollack— decir una vez que son necesarios 30 años para hacer a un actor. Él también lo creía así entonces. “Llevo 27 años”, pensó. “Así que estoy cerca”.

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Después de que Nolan le entregara en mano el guión de Oppenheimer a Cillian y le dejara leerlo en aquella habitación de hotel de Dublín, se dirigió a la galería Hugh Lane, en concreto al estudio de Francis Bacon, una reproducción perfecta del imposiblemente desordenado estudio londinense en el que el pintor de origen irlandés vivió y trabajó durante gran parte de su vida. Cillian y Nolan comparten devoción por Bacon, figura destacada del siglo XX que nació en la primera década y falleció en la última. Además del estudio reproducido, el museo cuenta con varios cuadros de Bacon, algunos acabados y otros sin terminar. En todos los casos, sin embargo, los retratos de personas —macabras figuras distorsionadas— se realizaron sin contemplaciones. Nunca son representaciones perfectas, ni impresiones directas, sino más bien la interpretación de un artista de otro ser, reconfigurada en una imagen descarnada. Se puede ver lo que puede atraer tanto al director de una película biográfica como a su protagonista.

Ese fin de semana de invierno, realicé el mismo recorrido que Nolan a través del río Liffey, pasé por un escaparate de Tower Records con un cartel de Oppenheimer, por delante del Jardín del Recuerdo (por todos los que dieron su vida por la libertad de Irlanda) y me encontré con Cillian en el museo. Llevaba una chaqueta negra, una sudadera negra con capucha y un par de gafas Ray-Ban negras con ese destello que hacen las gafas de las estrellas de cine ante los flashes en una alfombra roja. Se las quitó dentro y regresamos a los Bacons. “La mayoría de la gente no conoce este lugar”, dice. “Es como un pequeño secreto. Yo siempre vengo aquí cuando tengo tiempo libre”.

Miramos Bacons por todas partes. Hablamos de la biografía del artista publicada en 2021. “Me encanta la obra”, dijo, “pero sólo la vida. Esa especie de implacabilidad única que tenía como artista”. Le pregunto si lee biografías de actores. “Al principio”, dice. “Pero siempre me preocupa leerlas, porque no me acuerdo de lo que hice la semana pasada... A menudo me pregunto sobre la automitologización”.

Nos asomamos al estudio del pintor, cada colilla y cada caja de champán archivada y colocada en su sitio. “El caos me genera imágenes”, dijo  una vez Bacon.

¿Hay alguna habitación en tu casa que tenga este aspecto?, le pregunto.

Cillian se ríe. “No, tengo una habitación para mí, una man cave. Pero está increíblemente ordenada”.

En otra sala del museo, nos sentamos ante un especial de la televisión británica sobre Bacon de 1985 proyectado en bucle. Se trata de una entrevista de una hora con el presentador Melvyn Bragg, en la que el gran pintor expresa carisma y sabiduría a través de respuestas con enjundia a las mayores preguntas que se le pueden hacer a un artista, todo ello mientras luce una cazadora de cuero negro. Nos quedamos sentados en silencio, hasta que Cillian dice: “Es hipnótico, ¿verdad?”.

Antes de llegar a Dublín, Nolan me dijo que la carrera de Cillian tiene más sentido si piensas en él, no como un actor, sino como un artista, como un pintor o un músico. Su filmografía no dibuja una línea ascendente o descendente, sino que está compuesta de distintos periodos de desarrollo. Ayuda a explicar el enfoque de trabajo. La paciencia y la contención. La claridad del punto de vista. Un acto de acumulación más que de explosividad y volatilidad. Inamovible ante los elementos que sacuden el barco de tantos actores. Es la claridad. La autenticidad. La respuesta a la pregunta: cuando te ponen a prueba una y otra vez, ¿qué hay ahí?, ¿quién está ahí? He aquí un hombre de 47 años —que podría interpretar a alguien de 27 con la luz adecuada y de 67 con el maquillaje apropiado— que probablemente gane el Oscar al mejor actor, pero cuya mente no podría estar más alejada de los chismes de la industria y del ruido que genera.

En un momento dado, le pregunto si se siente en una posición privilegiada para interpretar papeles de mediana edad, si Oppenheimer le parece la primera película de lo que podría ser el tramo más fuerte de su carrera. “Realmente no lo sé”, contesta. “No he pensado en ello”.

Aquí, pues, había otra cosa que Murphy parecía haber comprendido, conscientemente o no. Casi todas las religiones, los coaches, los gurús y ese amigo iluminado suelen ofrecer el mismo consejo: no te pierdas en el pasado, no te fijes en el futuro, focaliza tu mirada a quince centímetros delante de tu nariz, en el ahora que puedes controlar. “No soy nada sentimental”, afirma. “Simplemente avanzo muy rápido”. El pasado no es un problema porque no puede recordarlo, o no quería idealizarlo. El futuro no le preocupa porque no le gusta planificar demasiado. Y así: una película en el horizonte, una canción en la radio o un cuadro en la pared. En este sentido, es auténtico presentista. O, menos abstractamente, un buen oyente, un buen espectador, un buen compañero de escena, un buen compañero de cena.

En el museo estuvimos mucho tiempo sentados viendo la entrevista de Bacon, como si no hubiera ningún otro sitio donde estar (en realidad no lo había) y nada más en lo que pensar (¿qué más se puede pedir que ver cómo debe vivir un artista?).

Cillian rompió el silencio. “¿Has oído alguna vez la teoría de [Brian] Eno? ¿La de los granjeros y los vaqueros? Existen dos tipos de artistas: los granjeros y los vaqueros. Los granjeros, como en su estudio, por ejemplo” —dijo, señalando la pantalla— “hacen casi siempre lo mismo, refinan y refinan la misma cosa. Los vaqueros, en cambio, salen. Son como los buscadores de oro, se van y realizan locuras de obras”. Eno se coloca en el segundo grupo, porque es un innovador, tanto con la música como en la producción y demás. O alguien como Bowie, reinventándose constantemente. Ninguno es mejor que el otro, sólo es una forma diferente de trabajar”.

¿Con cuál te identificas tú?, pregunto.

“Definitivamente con el vaquero. Pero hay actores que interpretan papeles parecidos, versiones de sí mismos todo el tiempo. De nuevo, no creo que ninguno sea mejor que el otro”.

¿Crees que a veces un actor cae en la otra categoría por accidente, cuando su personaje público se cruza con —o queda eclipsado por— su trabajo?, le pregunto.

“Tal vez. Sí, seguro que es el caso. Sí”.

Se sienta y vuelve a sumergirse en la película. Se ríe de algunas de las cosas que Bacon hace y dice. “Algunas de las cosas que dice se aplican a nuestro trabajo. ‘El trabajo del artista es siempre profundizar en el misterio”. Películas provocadoras. Interpretacioneese provocadoras. Sin respuestas fáciles, pero sí quizás nuevas preguntas.

No lo des todo. Ni siquiera la mayoría. Recorta un poco. Sé claro. Contigo mismo, pero no necesariamente con los demás. Deja pasar la ola de la fama. Vive junto al mar.

Lo repite de nuevo: “Profundiza en el misterio. De eso se trata, ¿no?”

Daniel Riley es el director global de desarrollo de contenido de GQ.

Una versión de esta historia apareció originalmente en el número de marzo de 2024 de GQ con el título “Cillian Murphy descifra el enigma”


CRÉDITOS DE PRODUCCIÓN:
Fotografías de Gregory Harris
Estilismo: George Cortina
Cabello: Teddy Charles, de Nevermind Agency
Maquillaje: Holly Silius con Lyma & YSL Beauty
Escenografía: Colin Donahue para Owl and the Elephant Agency
Producido por Paul Preiss, de Preiss Creative